ahí donde no estás...

Ese día caminé incansablemente bajo el inescrupuloso sol y con unos 35 grados de guardaespaldas. Recorrí cientos de calles, recordando. Mis converse pisaron todo tipo de olores pegados en las veredas, y donde estas se angostaban pisaron también la quejosa calle, llena de dolores de espalda. Panfletos volaban, elevandose sobre las rejillas negras del metro, cuando este pasaba. Transantiago se vio reducido a miles de boletos de bellos colores amontonandose en las alcantarillas.
En el bandejón central, pasto.
Corrí un poco, no tenía apuro pero la velocidad constante de la gente me altera, el viento en la cara, el tibio viento mezclado con hedor y aliento me alentaba a correr más fuerte. Bajé escaleras y otras las subí, debo haber doblado en un par de esquinas, prefiero caminar recto. Me saqué la mochila y descanse en algún paradero, a todo sol. Recogí un papel, se veía interesante, y charlé con la señora del almacén ¿la conoces? yo tampoco. Escuché un poco de música, salía de las paredes y se filtraba por las grietas del blanco edificio, ese que se lo presenté al futuro músico.
Frente a mi, una pileta, un niño derramaba tranquilamente agua sobre un plato a sus pies, si lo veías de lejos el niño parecía orinar. Unas caras me miraban desde lo alto, recuerdo al argentino Shakespeare y al estadounidense Aristóteles, ninguno muy importante en verdad, que valga la pena recordar. Me amarré los cordones, un gordo cargando inmensa caja me los pisó al adelantarme, los desaborchó y ni siquiera se ofreció para amarrarlos de vuelta ¿quién entiende?.
Revistas con imagenes provocativas me recordaron a algún viejo verde del bus.
Se tornó oscuro, la verdad, no quiero seguir contandote que más pasó, todo es muy complicado. La gente no funciona realmente como uno cree, o como ve en la televisión, la gente es diferente en vida. Lo importante es que al final de mi viaje encontré lo que buscaba

... pero no estabas ahí.